La procrastinación es la acción o el hábito de postergar o aplazar actividades o situaciones que deben ser atendidas, porque son prioritarias, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables para la persona, siendo este retraso perjudicial para la misma (que es consciente de ello, pero no controla la situación).
Cuando se proscrastina, se produce una evitación de la situación que hay que afrontar, sustituyéndola por otra más motivadora y agradable para la persona en ese momento (con objeto de neutralizar la tensión que pueda conllevar dicha situación), con lo que, a menudo, aparece un estrés y una ansiedad latentes al “dejar para luego” algo que hay que hacer ya, porque se van acumulando tareas pendientes. Por ejemplo, dejamos para otro momento: comprar en el supermercado, hacer ejercicio físico, las tareas de la casa, afrontar una tarea intelectual o laboral, resolver un problema emocional que tengamos, ir a un profesional de la salud física o mental,…
Aunque procrastinar lo hacemos todos, si se establece una tendencia a aplazar lo que tenemos que hacer que llega a cronificarse, mediatiza la vida de la persona, con lo que llega a hacerse patológico, influyendo directamente en la planificación y organización del tiempo, así como en la autorregulación de las emociones. El/la procrastinador/a entra en una sensación de falta de control y de frustración, porque “le falta tiempo” al acumulársele las tareas no llevadas a cabo.
En las altas capacidades intelectuales, uno de los motivos principales por los que se procrastina es el perfeccionismo en la realización de determinadas tareas. Se posterga, por ejemplo, el afrontar un proyecto ambicioso porque está implícito un miedo a “no hacerlo perfecto”, a “fracasar” en el mismo. Cuando la persona está inmersa en el caos que provoca la procrastinación sin control, se siente insatisfecha, ansiosa, frustrada e insegura.
En la doble excepcionalidad altas capacidades intelectuales y TDAH, la procrastinación es mucho más habitual, ya que el TDAH propicia el aburrimiento fácil y la búsqueda de la motivación inmediata para seguir adelante. Por ejemplo, si el estudiante tiene que ponerse a estudiar, antes de hacerlo, puede mirar el móvil, hablar con alguien,…cualquier cosa con tal de no enfrentarse al esfuerzo mental sostenido que suponen los estudios; si hay que ordenar papeles en la casa o realizar una tarea poco agradable para la persona, la dejará para más adelante y, en su lugar, navegará por Internet o saldrá a la calle a comprar algo que no es prioritario en ese momento.
Esta doble excepcionalidad es muy proclive a la procrastinación, con lo que se van acumulando las tareas por hacer y esto le va creando malestar conforme pasa el tiempo. Una “satisfacción” inmediata les provoca bienestar a corto plazo (sensación de ralajación) y estrés y/o ansiedad a medio-largo plazo; no obstante, la persona, al vivir sólo el presente (sin tener en cuenta o considerando poco el pasado y el futuro), no contempla las repercusiones de aplazar tareas importantes con asiduidad, entrando en un bucle de querer y no poder. A veces, el perfeccionismo y el miedo a cometer errores o al fracaso también está influyendo en este tema, así como la dificultad para alcanzar objetivos.
Algunos CONSEJOS para procrastinar menos:
1) Planificar unos objetivos al día realistas (no muchos, sino los que pueda hacer la persona cada día y por prioridades). Si se escriben, mejor, es más visual y ayuda a la persona a “no salirse del guión”.
2) Darnos una pequeña recompensa al cumplir objetivos.
3) Ir tachando en una libreta los objetivos que vamos cumpliendo es gratificante.
4) Usar las nuevas tecnologías “con cabeza”, de forma racional. Por ejemplo, atender al whatsApp un número limitado de veces al día, navegar por Internet sólo lo imprescindible,…, esto es, fijarnos al día un tiempo para el uso de las NNTT.
5) Procurar empezar lo que no nos gusta lo antes posible y no interrumpir la tarea hasta que la hayamos terminado pensando en los beneficios que nos va a traer la consecución de dicho objetivo.
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