Es una concepción muy aceptada, dentro del ámbito del las altas capacidades intelectuales, el que una buena parte de los/las niños/as más inteligentes tienden a ser perfeccionistas (sobre todo, en sus áreas de interés) y este perfeccionismo puede llegar a ser un “arma de doble filo” si no está bien canalizado, pudiéndoles causar, entre otros problemas, ansiedad y baja autoestima y autoconcepto.
La manifiesta intensidad emocional manifestada por estos niños y niñas en cuanto a 1) intensificación de sentimientos y emociones: sentimientos positivos y negativos, emociones en los extremos, identificación con los sentimientos de otros,.., 2) expresiones psicosomáticas exageradas: tensión estomacal, taquicardias, nerviosismo generalizado,… y 3) fuertes expresiones afectivas: gran entusiasmo, orgullo, miedos, ansiedad, sentimientos de culpa y de “ser diferente”,… es intrínseca a su dotación intelectual y no necesariamente tiene que ser un indicador de algún tipo de desajuste psicológico; es más, estas intensidades pueden contribuir al desarrollo psicológico del individuo y funcionar como válvulas de escape que les permite liberar tensión emocional y, en su fuerza, reside lo que Drawosky denominó “potencial de desarrollo”.
Esta intensidad psicológica de las personas con altas capacidades intelectuales, cuando es mostrada hacia los demás, da lugar a que éstos les puedan hacer sentir, con frecuencia, avergonzados y culpables de ser “diferentes” y demasiado vehementes; así pues, criticados por algo que ellos no pueden evitar, empiezan a creer que hay algo “malo” en su forma de ser y, por lo tanto, comienzan algunos a enmascarar sus auténticos sentimientos. Por eso, el estar, de vez en cuando, con otros niños semejantes a ellos, previene el sentimiento negativizado (por lo que estamos diciendo) de diferencia y los hace no aislarse socialmente. Así mismo, la intensidad psicológica de la que hablamos puede hacer que las personas que la sufren sean más vulnerables a las críticas, se sientan confusas si sus pensamientos no son tomados en serio e intenten enmascarar sus sentimientos.
Precisamente, el perfeccionismo es una de las características menos comprendidas de las personas más inteligentes ya que, bien canalizado, en algunos niños de alta capacidad intelectual puede representar un motor de mejora continua (por ej., los deportistas, intelectuales, músicos,…que necesitan una gran dedicación para llegar a ser brillantes en su campo de acción). De hecho, determinados autores defienden el concepto de “excelencia” (esto es, ser superior a los demás o destacar significativamente en algo) como una forma saludable de perfeccionismo.
Sin embargo, el perfeccionismo no es lo mismo que la “excelencia”, considerándose negativo cuando va acompañado de miedo y ansiedad, que interfiere en el normal desarrollo evolutivo del niño y en el desarrollo personal del ser humano.
El perfeccionismo mal canalizado proporciona poca satisfacción y mucha autocrítica, porque los resultados no suelen ser suficientes para los niños y las niñas más inteligentes.
Las presiones que puede ejercer el perfeccionismo puede que conduzcan a las personas con altas capacidades tanto a una elevada motivación para alcanzar importantes resultados y logros como puede que les lleve, con mucha facilidad, a problemas de bajo rendimiento o de fracaso escolar. Las presiones que los niños sienten para ser perfectos pueden tener su origen en tres factores: 1) el elogio extremo que hayan recibido o sigan recibiendo por parte de los adultos, 2) por la convivencia con modelos adultos de características perfeccionistas o 3) pueden surgir de las propias experiencias positivas del niño, quien llega a considerar necesario mantener todos los niveles de perfección o, incluso, superarlos (Silverman,1995).
En muchos casos, los perfeccionistas son personas de “todo o nada” (polarizan, esto es, se ven a sí mismos como éxitos perfectos o fracasos totales), con lo cual, temen a arriesgarse por miedo al fracaso y a la frustración, evitando y apartándose con ansiedad de todo aquello que juzgan que les llevará a no ser todo lo bueno que ellos desean. Por lo tanto, cuando estos niños llegan a cometer errores, o si su actuación no ha sido todo lo buena que ellos hubieran querido, es muy posible que experimenten, a modo de reacción, dolores de cabeza, de estómago y otros síntomas psicosomáticos.
El perfeccionismo no sólo afecta a los perfeccionistas, sino también a quienes conviven con ellos, provocando enfados con familiares y amigos sin que éstos sepan la razón de tal enfado.
Según Linda Silverman, no resulta extraño que el perfeccionista sea percibido por los demás como una persona neurótica. Es más, los mensajes que los perfeccionistas van recibiendo a lo largo de su vida los convence de que hay algún defecto básico en su personalidad que debe ser erradicado, lo cual aumenta aún más la cantidad de conflictos interiores con los que ellos deben de funcionar en su vida cotidiana, sintiendo, por ello, vergüenza, culpabilidad e inferioridad, y aquí es donde radica el problema de estas personas.
Orientaciones a los padres para conseguir evitar el excesivo perfeccionismo de sus hijos (según Ginsberg y Harrison):
- Ayude a su hijo a comprender que puede estar satisfecho por haberlo hecho “lo mejor posible” (dentro de sus posibilidades), no necesariamente “perfecto”. Las frases de elogio que le brinde han de ser entusiastas, pero más bien moderadas pues, de este modo, conllevan valores y metas que los niños pueden alcanzar; por ejemplo, “excelente” es mejor que “perfecto” y decirle “piensas de forma correcta” es mejor que decirle “eres brillante”.
- Explíquele que los niños no aprenden ni mejoran si todo el trabajo es perfecto, que las faltas y errores son una parte importante del reto que implica el aprendizaje.
- Enseñe a su hijo la posibilidad de que haga una autoevaluación apropiada y anímelo a que aprenda a aceptar las críticas de los adultos y de otros compañeros. Enséñele cómo hacer críticas de los demás de forma sensata y constructiva.
- Léale las biografías que demuestran cómo las personas con éxito experimentaron y aprendieron de los errores. Enfatice sus experiencias de fracaso y rechazo así como sus éxitos. Ayude a su hijo a identificarse con los sentimientos de aquellas personas eminentes cuando experimentaron sus posibles fracasos.
- Comparta sus propias faltas y modele las lecciones aprendidas de los errores. Intente reírse de sus propias faltas, pues sin duda, el humor ayuda.
- Enseñe a su hijo cómo el hecho de discutir y querer tener siempre la razón afecta a los otros. Así mismo, enséñele a cómo felicitar a los demás cuando logre éxitos (elogios, cumplidos o piropos).
- Enseñe rutinas, hábitos y organización a su hijo, pero ayúdele a entender que estos hábitos no deberían ser tan rígidos como para no poder nunca alterarse. A este propósito, rompa usted mismo la rutina, con el fin de que su hijo no esté continuamente esclavizado por ellas. Por ejemplo, si está haciendo un dibujo y no le sale exactamente como a él/ella le gustaría, animarlo/a a que no se angustie y borre una y otra vez. Algunas rupturas ocasionales en las rutinas modelan la flexibilidad.
- Enseñar estrategias creativas para la resolución de problemas y cómo indagar sobre distintas ideas, pero haciendo que aprenda a evitar que la autocrítica llegue a hacerle daño.
- Explíquele que hay más de un modo correcto de hacer casi todo. Al mismo tiempo, sea un buen modelo de excelencia y de saber hacer. Enorgullézcase de la calidad de su trabajo, pero no esconda sus errores o sea constantemente autocrítico. Felicítese a usted mismo cuando haya hecho un buen trabajo y deje saber a su hijo que sus propios logros le producen satisfacción.
¿Y los adultos perfeccionistas?
Pues que sufren mucho por serlo en demasía, subiéndoles la ansiedad por las autoexigencias y exigencias con los demás (casi siempre) por frustración al no tener una «vida perfecta».