Realizo este artículo después de leer otros en los que se habla de las confusiones que existen entre los diagnósticos de altas capacidades puras (esto es, sin trastornos asociados) con TDAH, Asperger,…
No digo que, a veces, las altas capacidades no estén correctamente diagnosticadas y puedan confundirse con otros diagnósticos que implican un trastorno (TDAH y Asperger pueden ser los más habituales; sobre todo, el primero) pero, lo que sí es más frecuente que ocurra, es que las altas capacidades intelectuales (que sólo son una particularidad del ser humano, pero que lo aparta de la media en aspectos personales, escolares y/o sociales por las características que la acompañan) estén camuflando todo, porque la alta inteligencia es capaz de hacerlo, ya que se “rectifican” los síntomas de los trastornos o comorbilidades que puedan llevar asociados.
El trastorno más habitual asociado a las altas capacidades intelectuales es, sin duda, el TDAH, lo que llamamos doble excepcionalidad (habría que hacer una investigación seria al respecto) y esto se constata en esta consulta y en otras en las que se está apreciando el mismo “fenómeno”.
- Tan negativo es diagnosticar erróneamente que una persona tiene altas capacidades sin que las tenga como que tiene TDAH u otro trastorno sin tenerlo, pero no infravaloremos ninguna de las dos opciones.
Mi dilatada experiencia en esta consulta arroja una estadística de la que no puedo prescindir y es que ocurre, con cierta frecuencia, que los padres solicitan un diagnóstico de altas capacidades en sus hijos/as y los resultados hablan de que no las tienen y, sin embargo, sí aparecen muchos síntomas de TDAH y, además, en las escalas de las pruebas de inteligencia, bajan las puntuaciones de memoria de trabajo y/o de velocidad de procesamiento mental significativamente respecto a las demás escalas (propio esto último de un posible TDAH); éste es el momento de investigar más al respecto y, si no se ha llevado a cabo una historia clínica previa con los padres de los niños/as o adolescentes o con el adulto al que se le administra la prueba de inteligencia, es preciso realizarla (que es, según mi criterio y mi experiencia, lo que habría que hacer nada más llegar a un psicólogo/a, una historia clínica para conocer la biografía de la persona en profundidad desde su infancia, y no comenzar realizando una prueba de inteligencia sin esta historia clínica previa); en esta historia clínica o anamnesis, se pregunta, entre otras cosas, el factor hereditario, en el plano psicológico, del paciente en cuestión, clave en el diagnóstico de un trastorno como el TDAH, que no es tan fácil de diagnosticar como las altas capacidades intelectuales (éstas se aprecian claramente a través de un test de inteligencia “de choque”, aunque luego se tenga que hacer un estudio más en profundidad para realizar un diagnóstico más específico -si la persona es superdotado/a o talento- y/o si esta alta inteligencia tiene trastornos psicológicos asociados o no). Hay que decir que las altas capacidades intelectuales y el TDAH juntos (la doble excepcionalidad más habitual) se dan con mucha frecuencia.
Está comprobado que el TDAH va, desafortunadamente, en aumento, ya que: 1) las nuevas tecnologías están en descontrol (no se dosifican bien), 2) comemos muchos alimentos adulterados que van intoxicando, poco a poco, el cerebro (con pesticidas, colorantes, conservantes,…que no podemos eludir) y 3) la sociedad actual conlleva un estrés vital considerable. Todo ello está afectando el área prefrontal del cerebro, que es la “torre de control” que se encarga de organizar toda la información que llega del resto de las áreas, controlando las funciones ejecutivas del cerebro (la memoria de trabajo o memoria a corto plazo -tanto verbal como no verbal-, el control de impulsos y emociones y la planificación y resolución de problemas), siendo el “área TDAH”.
Comprendo, porque lo aprecio en mi trabajo a menudo, que el diagnóstico de altas capacidades intelectuales se recibe con satisfacción la mayoría de las veces (también con ciertos miedos, pero suele haber una satisfacción subyacente), pero el del TDAH o el de la doble excepcionalidad suele provocar, casi siempre, estupefacción, decepción, frustración, tristeza, rabia,…un cúmulo de emociones negativas que algunas personas no son capaces de aceptar y la respuesta, en muchas ocasiones, es responsabilizar al profesional que ha realizado el diagnóstico y negar el mismo (a veces, con rabia hacia dicho profesional). No comprenden que las altas capacidades no estén o que estén acompañadas de un trastorno; a veces, este comportamiento de estas personas se entiende, ya que las altas capacidades intelectuales y el TDAH tienen mucho en común (hipersensibilidad, hiperactividad mental, inadecuación a las normas, la afectación por las críticas, baja resistencia a la frustración, intensidad emocional, defensa de la justicia, alta creatividad,…, entre otros) y, por ello, se prestan a confusión.
Es preciso confiar en el profesional que realiza el diagnóstico; esto es fundamental, ya que es la persona preparada (si está especializado/a en la materia) para realizar un buen diagnóstico diferencial. Les aseguro que no se gana nada con dar una noticia “non grata” a veces, pero esto es de momento porque, a medio-largo plazo (incluso a corto), se agradece, ya que se realiza una intervención acertada y completa (personal, familiar, escolar, social) y, por otro lado, no hay que olvidar que, en la adolescencia, suelen emerger la mayoría de los trastornos que han estado camuflados en la infancia y ésta es una época de la vida, como todos ya sabemos, mucho más problemática que la infancia para realizar cualquier tipo de intervención psicológica.
Altas capacidades puras existen y también acompañadas de trastornos; no podemos meter todo en la “caja de pandora” de las altas capacidades intelectuales.
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